Núm. 3 · diciembre 2011 · año 2

Los movimientos Sociales en Chile

El tremolar de las banderas del movimiento estudiantil actual, con su carga de creatividad, inteligencia, furia y ternura, parecen haber instalado en el imaginario colectivo dos ideas centrales. Por una parte, que se ha despertado a una sociedad, más específicamente la sociedad civil, que parecía exhibir más rasgos de conformismo y fatalismo ante un modelo económico, social, político e ideológico cimentado en la privatización de la vida social y, por otra, que la irrupción movimental constituiría un evento único e irrepetible, acaso surgido desde un vacuum histórico. Sin embargo, en relación a la primera aserción, uno podría argumentar que el aletargamiento de parte significativa de la sociedad chilena es más aparente que real, pues en todo el periodo transicional – a pesar de la política impuesta desde el Estado de estigmatizar y reprimir la protesta social – se han verificado importantes expresiones de acción colectiva. Clara manifestación de ello lo constituyen el movimiento autonomista mapuche, los trabajadores subcontratados del cobre, los empleados públicos, los profesores, los estudiantes secundarios, los portuarios de Valparaíso, los pobladores sin casa, las demandas y acciones en defensa de la diversidad sexual y el medio ambiente y contra el machismo, entre otros. La mayoría de dichas movilizaciones y reivindicaciones remiten a conflictos y luchas sectoriales que, en lo general, no logran trascender los límites de su propio territorio. El movimiento estudiantil actual, por otro lado, ha tenido la capacidad de agenciar un análisis que, en lo medular, parece ser expresión de un proceso de reducción de la complejidad social. Es decir, ha configurado procesos de enmarcamiento de la realidad que la simplifican, aislando y, al mismo tiempo articulando, algunos de sus componentes para dotarlos de sentido y significado en lo conceptual y, por cierto, en la estructuración del discurso movimental y en las prácticas asociadas a los marcos interpretativos. Estos últimos son configuraciones abstractas que intentan entender la complejidad social a partir de procesos ordenadores de la misma, seleccionando elementos considerados clave en el análisis movimental para realizar un diagnóstico acerca de una situación conflictual. Es la subjetividad organizada, pero ni ajena ni contrapuesta a una situación empirial, ni menos aún reducida a una expresión lingüística en su expresión discursiva. Los marcos interpretativos que definen la realidad y orientan políticamente al movimiento son, por sobre todo, marcos de acción colectiva que deben, para movilizar a otros segmentos de la sociedad, tener la capacidad de trascender las fronteras de la reivindicación sectorial para articular una demanda más amplia. Es lo que ha hecho el movimiento estudiantil al desplazar las reclamaciones desde el campo de la educación al campo societal al posicionar el rechazo al lucro como eje articulador de toda su demanda. Ello ha cumplido dos funciones: por un lado, se vincula el tema educacional al modelo neoliberal y, además, se erigen narrativas alternativas a la significación hegemónica que buscan la legitimación del movimiento, la participación y movilización sociales. Lo anterior no implica, como señalan en su artículo Mayol, Azócar y Brega, que el proceso sea unilineal o planificado desde un comienzo, sino que incluye momentos, ideas, tensiones y periodos distintos. Las primeras fases parecen no diferenciarse mucho de reclamaciones anteriores y se sitúan más bien en el ámbito de lo reivindicativo sectorial, no obstante, con el paso del tiempo comienzan a estructurarse propuestas que remiten al derecho a una educación pública de calidad y gratuita y, además, se plantea una reforma tributaria y se visualiza a los recursos naturales, específicamente al cobre, como fuente de financiamiento. En cualquier caso, ya se ha instalado el cuestionamiento al modelo económico y al modelo educacional en particular, el cual es detalladamente analizado por los mencionados autores quienes también sostienen que, si bien es cierto existían las condiciones objetivas para transformar un sistema excluyente y segregador, fue sólo el colapso de las instituciones lo que habría dejado a los chilenos a la interperie moral. Es en este marco que la subjetividad dominada, o al menos subsumida en la supervivencia y la adaptabilidad cotidiana, explosionó en la forma de la acción colectiva del movimiento estudiantil.

En otras palabras, uno podría argumentar que, si bien es cierto que las expresiones movimentales pueden estar asociadas a momentos determinados, no son reducibles a un evento único, pues también pueden existir extensos procesos de latencia para luego emerger, imbricarse y superponerse a otros momentos. Es decir, como se señalara con antelación, el movimiento estudiantil – a pesar de la innegable relevancia que ha adquirido producto de su reflexividad, repertorio de acciones e inmensa capacidad movilizadora – no es el primer movimiento estudiantil en nuestro país ni el primer o único movimiento social en la historia de Chile. De hecho, uno podría argumentar que la historia de Chile no puede entenderse sin referencia a los movimientos sociales que, de alguna manera han constituido una matriz de conflicto y tensión pero, por sobre todo, de narrativas propositivas y, en algunos casos, de asociación con el Estado nacional, particularmente en su forma de Estado nacional popular. Los movimientos sociales, entonces, son parte constitutiva de la sociedad y, por lo mismo, objeto de estudio o, más precisamente, sujeto de estudio, de la sociología y otras disciplinas de las Ciencias Sociales, por ello es que Kütral dedica esta edición al tema movimental desde una óptica interdisciplinaria tratando de contribuir a la comprensión de los movimientos sociales en su calidad de actores políticos colectivos de singular grado de integración simbólica y productores de sentido que interpelan al poder ante conflictos no resueltos. Son parte de la memoria de nuestro país y, ellos mismos son portadores de memoria, y es en este contexto que el historiador mapuche Sergio Caniuqueo reflexiona acerca de los procesos de construcción de historia y de imaginarios sociales, concretamente de los imaginarios elaborados por los chilenos sobre los mapuche; asimismo, a través del análisis de los orígenes y posterior desarrollo del centenario movimiento mapuche, señala las diferencias intramovimentales en relación a los mismos temas.

También de los orígenes, pero esta vez del movimiento obrero en Chile, reflexionan Fuster y Moscoso, escribiendo acerca del surgimiento del Mutualismo y el concepto y práctica del socorro mutuo y su relación con la inclusión de la medicina en el mundo del trabajo. Además, situando su emergencia en la necesidad de los trabajadores de hacer frente a las desigualdades que conllevaba la pervivencia en el Estado oligárquico del siglo XIX. Desigualdades que, una centuria más tarde, han adquirido un carácter estructural que se manifiesta en todos los ámbitos sociales, sin embargo, y debido a lo mismo, surgen o resurgen movimientos que cuestionan el status quo. Uno de ellos es el movimiento poblacional que, como señala Quiroga, en los últimos años parece haber resignificado sus entramados conceptuales y, particularmente, su accionar. Expresión de esto son las luchas por el derecho a la ciudad, la producción social de hábitat y que articulan un modo otro de pensar y hacer la ciudad. Bregar que también se extiende al derecho a defender el territorio, su cultura e identidad de las operaciones de las transnacionales mineras, como es el caso analizado por Bowen y Medel quienes exponen algunos de los hallazgos centrales de un estudio cualitativo realizado en las localidades de Cuncumén, Caimanes y Chalinga, en la IV región de Chile.

Todos los artículos, de uno u otro modo, intentan dar cuenta de un país en movimiento, tanto ayer como hoy.

Kütral · Revista de Sociología UVM

Revista Kütral es una publicación de la carrera de Sociología de la Escuela de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Viña del Mar, Chile